Devocional

María de Betania: Una mujer que nos enseñó a adorar

Texto: “Mientras seguían camino a Jerusalén, Jesús entró en un pueblo y una mujer llamada Marta lo acogió en su casa” (Lucas 10:38 TCB).

Vivimos en un mundo, en donde los referentes que se levantan en nuestra sociedad no reflejan los verdaderos valores, sino más bien son los anti-valores los que comenzamos a avalar. Un mundo, en donde los actos que reflejan nuestra fe, están siendo tachados como anticuados, o incluso agresivos a los derechos de otros.

Y creemos que esto solo se da hoy en día, donde lastimosamente vemos una sociedad en decadencia. ¡Pero cuán equivocados estamos! De diferentes maneras tal vez, pero en todas las épocas encontramos estas circunstancias. La palabra de Dios está llena de historias de hombres y mujeres que nos enseñan y nos retan a seguir su ejemplo.

María de Betania, es una mujer que cuando la estudié fue de mucha edificación para mi vida. María era la hermana de Lázaro y Marta, una mujer soltera que supo entender lo prioritario, en una época en donde ser mujer y soltera era considerado un estigma, donde ciertos actos con los que se reflejaban las creencias religiosas eran criticados, especialmente si eran realizados por mujeres. Es en este contexto que encontramos a esta mujer que tuvo un discernimiento espiritual que hoy nos hace mucha falta.

Maria de Betania supo distinguir lo prioritario en su vida. Muchas veces leemos los pasajes bíblicos y los estudiamos, pero nos olvidamos que, al igual que en un rompecabezas, debemos unir cada pieza para captar el mensaje completo. Al hacerlo, descubrimos en sus acciones una profunda expresión de su corazón y su devoción a Jesús.

En estos tres pasajes mencionados vemos la actitud con que esta mujer se acerca al Señor Jesucristo:

Lucas 10:38-42. Ella se sienta a los pies del maestro, postrada dicen en otras versiones y embelesada a escuchar lo que su Señor tenía que enseñarle, escoge la mejor parte, aprender, porque aprender involucra conocimiento, y el conocimiento te lleva a la confianza, a saber quién es la persona a quien tu amas y sirves, y esa confianza se traduce en Fe.

Juan 11:28-33 En este pasaje esa Fe se transforma en un acto previo a un gran milagro, y una vez más ella se postra a los pies de su maestro y le reclama, le increpa, pero esto no es algo malo, ella simplemente abre su corazón y comparte su dolor más grande con quién había aprendido a conocer y que era quién estaba segura que podía haber hecho algo respecto de su hermano Lázaro si hubiera estado presente. Pero el Señor Jesús le demuestra que su fe no era vana y que Él podía escuchar su oración y cumplir su petición.

Juan 12:1-8. El texto relata que ella toma lo más preciado para una mujer de esa época, su dote, un perfume de gran precio, muy posiblemente en un frasco de alabastro, dicen que estos vasos no tenía tapa estaban confeccionados de tal manera que si lo querías usar tenías que romperlo, era un regalo precioso que guardaban las mujeres solteras para su noche de bodas, y una vez más se postra a los pies de su Amado y lo unge, un acto de audacia, lo hace frente a todos, al principio no tenía sentido para aquellos que estaban presentes, un acto de bendición que surge de la gratitud que ella sentía hacia el Salvador, porque ella nos enseña que nunca haremos nada extraordinario hasta que no sintamos un amor sincero por quien fue capaz de dar la vida por nosotros. Un acto de desprendimiento porque dio lo que consideró lo más valioso que ella poseía en ese momento, un perfume de gran precio. Hubo malentendidos, murmuraciones, críticas, pero sobre todo ello fue recompensada públicamente por su acto de amor y gratitud.

Tres momentos diferentes, pero una sola actitud: postración. Tres pasos fundamentales para nuestro caminar cristiano, aprender, clamar y agradecer, que se traducen en una verdadera adoración. 

Al inicio de nuestra relación con el Señor, es fundamental aprender a conocer a Aquel que será nuestro guía. Ese conocimiento nunca terminará, pero debe ir acompañado de algo esencial: aprender a comunicarnos con Él, mostrarnos vulnerables, abrir nuestro corazón y rendirnos completamente a Su voluntad. Finalmente, el acto más sublime que podemos realizar como seres humanos es entregarle al Señor lo más valioso que tenemos, como una expresión de gratitud por la gracia que hemos recibido.

Paulina Buitrón   /   Ecuador 

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