Devocional

“Tengo sed” y la justicia de Dios

Texto: Plenamente felices los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados. (Mateo 5:6 TCB)

En el Sermón de la montaña, Jesús pronunció una bienaventuranza que revela el anhelo más profundo del corazón humano: la justicia de Dios. Tener hambre y sed de justicia no es simplemente desear que el mundo funcione mejor, sino clamar por una relación restaurada con nuestro Creador. Es ansiar ser justificados delante de Él, librados de la culpa y reconciliados con su amor.

En la cruz, cuando Jesús exclamó: “Tengo sed”, no solo expresó el sufrimiento físico de un cuerpo desgastado. Esas palabras contenían una realidad más profunda: el Hijo de Dios estaba cargando sobre sí la injusticia del mundo entero. El justo moría por los injustos, para llevarnos a Dios (1 Pedro 3:18).

Jesús había prometido que quienes tienen hambre y sed de justicia serían saciados. Y en el clímax de su agonía, en esa sequedad extrema, Él abría el camino para que nuestra sed espiritual fuese satisfecha. Su sed se convierte en nuestra plenitud. Él bebió la copa de la ira, para que nosotros pudiéramos beber de la fuente inagotable de su gracia.

No hubo sed más grande que la de Cristo en ese instante: la sed de consumar la redención, de que la justicia de Dios se cumpliera en su sacrificio. Al declararlo, nos mostró que no solo sufría el dolor humano, sino que cargaba el peso de nuestra reconciliación con el Padre.

Cuando comprendemos esto, el llamado de Mateo 5:6 adquiere una dimensión nueva. Nuestra hambre y sed de justicia ya no se sacian en esfuerzos humanos, en obras ni en méritos propios. La justicia verdadera se encuentra en Cristo. Él es nuestra justicia (1 Corintios 1:30). En Él, nuestra sed se apaga y nuestro corazón halla descanso.

La cruz, entonces, no fue únicamente el lugar del mayor sufrimiento, sino también la fuente de la mayor esperanza. El “Tengo sed” de Jesús se convierte en una invitación: beber de la justicia que Él aseguró para nosotros.

Hoy, quienes seguimos teniendo hambre y sed de justicia, podemos descansar en la promesa cumplida. Nuestra justificación ya no depende de lo que hacemos, sino de lo que Él hizo. Y gracias a esa obra consumada, somos plenamente felices.

Richie Gómez, Estados Unidos

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