“Una historia de amor, sanidad y salvación”

POR: Pastora Claudia Yañez.

Nacionalidad: Chile

REFLEXIÓN:

La historia comienza en un camino, en este caso, el camino que iba de Jerusalén a Jericó. Un trayecto público que conectaba a ambas ciudades. Era una ruta peligrosa, popularmente se le conocía como el camino “rojo” porque muchas veces ocurrían asaltos. Se trataba de un camino escabroso, con cuevas en donde los malhechores se escondían y esperaban a sus víctimas. Se dice que este camino era de unos 27 kilómetros y descendía unos 1.000 metros. Es en ese escenario que aparece un judío, un hombre que solo se había propuesto llegar a Jericó. Sin embargo, en el trayecto lo atacan con violencia unos malhechores, lo golpearon, arremetieron con crudeza en su contra. Me imagino el sentimiento de esta persona luchando por su vida, quizás corrió, quizás gritó, pero en medio del desierto nadie lo escuchó. Solo podía sentir los golpes, los insultos, como le humillaban despojándole de sus ropas con la decidida voluntad de matarlo. La palabra griega que traduce “despojar” es literalmente desnudar. El nivel de violencia y maltrato en contra de este hombre fue tal, que lo dejaron casi muerto.

¿Cuántos ataques has sufrido en tu vida? ¿Cuántas veces has sentido que te dejan sin nada? El enemigo ha intentado sacarnos del camino, despojarnos de sueños, desviarnos del propósito. Quizás te levantaste un día, “ibas a Jericó”, pero algo pasó y de repente te viste en el suelo, como este hombre, humillado y herido.

El moribundo en su dolor tiene dos oportunidades de ayuda, primero aparece un sacerdote, el cual representa la primera persona que podía ayudarlo, sin embargo, pasa de largo y sigue su marcha.

Luego aparece un levita, pero también lo esquiva. Este opta por cambiar su camino, no quiere contaminarse con un “cuerpo muerto”, porque a estas alturas, el hombre ya ni se mueve. Si lo toca, deberá devolverse a Jerusalén, ir donde el Sacerdote de turno, tomarse 7 días para su purificación (Números 19:16). No tiene tiempo. En el mundo agitado que vivimos, la gente no tiene tiempo para detenerse, para compadecerse de alguien. Quizás en tu dolor estás esperando que alguien se detenga, que alguien te mire, pero nadie quiere hacerse cargo de un “muerto”. No nos gusta acercarnos a lo feo, a lo que huele mal, a lo desarreglado.

¡¡¡Gloria a Dios que quedan algunos versículos más, tu historia aún no ha terminado!!! Un extranjero, aparece en la escena, ¡¡¡el moribundo es socorrido!!! Cuando se habían acabado las esperanzas, cuando los que debían ayudarlo no lo hicieron, cuando solo esperaba que algún animal apareciera para terminar de matarlo, ¡¡Aparece un hombre que lo va a cambiar todo!!

Cuando creías que tu vida terminaría, cuando todos los sueños parecían haberse roto y te mirabas solo y desamparado, sin fuerzas, herido, tus enemigos se habían burlado de ti, te sentías despojado y desnudo, ¡¡¡apareció Cristo Jesús!!! Jesús en la figura del Samaritano rompe la distancia entre la desesperanza, la sanidad y la salvación.

El hombre de la historia se bajó del asno y comenzó a limpiar al herido. En su morral traía aceite y vino, se ensució las manos, miró lo que nadie había querido mirar, se conmovió frente a la sangre que brotaba, no le tuvo miedo, ni prejuicios, no se puso a hacer un análisis del caso, no le juzgó si habrá tenido la culpa de que lo golpearan, solo le tuvo compasión, la expresión original del griego es: “movido por compasión hasta la profundidad de sus entrañas”. Esa expresión no es otra cosa que AMOR, el extranjero se movió por amor para ayudar al sufriente. Usó el vino para desinfectar las heridas, eran muchas, profusas, dolían, pero el vino habría de sanarlas. ¡¡¡¡Y qué simboliza el vino, sino la SANGRE DE CRISTO!!!! Wow!!! ¿Estás herido, golpeado? ¿Tienes heridas profundas que no han podido sanar? Cristo sanará tus heridas.

Usó también el aceite, el aceite ayudaría a que sus heridas cicatrizaran. Unos de los símbolos del Espíritu Santo es el aceite. Quien mejor que el Espíritu Santo para cicatrizar las heridas de tu corazón. La historia de nuestra vida aún no ha terminado. El personaje más maravilloso de la historia ha detenido su andar y se ha comprometido contigo. Te ha subido a su cabalgadura y te ha llevado al mesón (Literalmente: lugar donde todos son recibidos). Él seguirá pendiente de tu proceso, cuidará de tu evolución, asumirá la deuda, no te abandonará.

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