La certeza del consuelo

Texto: “Plenamente felices los que están profundamente afligidos, porque ellos recibirán la completa consolación” (Mateo 5:4 TCB).

Hace unos días se cumplió un aniversario más de la muerte de la hermosa hija adolescente de una gran amiga. Su ausencia duele hasta el día de hoy; fui testigo del dolor de su madre aquel día fatídico, y aunque han pasado 14 años, esa herida permanece latente. Sin embargo, a través de oraciones profundas y la búsqueda del Señor, el consuelo y la fortaleza llegaron, afirmadas en las promesas de Dios.

Precisamente esta es la definición de la palabra que aparece en el versículo de hoy, en griego es πενθοῦντες (penthoúntes), y se usa para describir a aquellos que pasan por momentos de extrema aflicción, los que lloran profundamente, los que viven situaciones extremas de dolor. Es más, en el pie de página de la TCB, dice que el verbo utilizado para este versículo describe la realidad cruel y dolorosa que vive el ser humano, tal como lo es la pérdida de un hijo. 

Cuando la multitud se acercó a Jesús, Él habló al corazón del ser humano con palabras simples pero profundas: “Plenamente felices los que están profundamente afligidos, porque ellos recibirán la completa consolación” (Mateo 5:4). Esta sin duda, no es una promesa liviana, es una invitación a traer ante Dios nuestras lágrimas por el dolor, las pérdidas, las injusticias y todo aquello que nos aflige. Este versículo nos recuerda que Dios no es distante, sino que está dispuesto a acercarse en medio de nuestro llanto, está deseando secar nuestras lágrimas y quiere darnos ese consuelo que transforma.

Llorar ante Dios nos conduce a ese momento íntimo de reconocer lo que nos duele, admitir nuestras heridas, y abrir el alma ante el Maestro. Jesús no desprecia el llanto, por el contrario, lo mira con compasión y nos invita a entregárselo a sus plantas. El llanto abre puertas a la consolación divina porque precisamente la consolación de Dios no se trata de alivio pasajero, sino de una experiencia en su presencia que renueva la esperanza. En medio del dolor, Dios está ahí, sosteniéndonos y recordándonos que no caminamos solos en este proceso.

Créanme que hay algo lindo en esta situación de dolor, y es que se trata de una consolación que se comparte ya que quien ha sido consolado puede convertirse en un canal de consuelo para otros que están caminando el mismo sendero de aflicción. Nuestro llanto, cuando lo presentamos a Dios y permitimos que su paz nos transforme, se convierte en empatía, paciencia y ánimo para quienes están a nuestro alrededor.

Hoy te invito a tomar un momento para pensar e identificar si hay en tu vida alguna fuente de dolor, tal vez una pérdida, o puede ser que cargues con una culpa, o estás viviendo una profunda desilusión. Nuestro consejo es que hables con Dios como se le habla a un padre amoroso, cuéntale sin reservas, dile abiertamente como te estás sintiendo y puedes llorar con ganas y desahogar en Él lo que llevas dentro. Entrega tu dolor a Dios en oración y deja que su Palabra y su Espíritu te den palabras de esperanza. Ahora, si tú has recibido consuelo, busca a alguien que esté llorando y acompáñalo ya que tu testimonio de cuidado puede ser un faro en su oscuridad.

Por favor recuerda esto: lo que Dios promete, lo cumple. No hay duda, no hay demora eterna. “Plenamente felices los que están profundamente afligidos, porque ellos serán consolados”; Dios te ve, te escucha y te consuela. No es un “tal vez”, es una certeza absoluta, una declaración de verdad y un refugio seguro para tu alma.

Marco Dote / Chile