Devocional

La mujer encorvada y una ley distorsionada

Texto: Un sábado Jesús estaba enseñando en la sinagoga; allí había una mujer que llevaba dieciocho años enferma, viviendo encorvada y sin poder enderezarse por completo. Cuando Jesús la vio, la llamó y le dijo: ¡Mujer, quedas libre de tu enfermedad! Entonces puso las manos sobre ella, y de inmediato ella se enderezó y empezó a alabar a Dios. El jefe de la sinagoga se enojó de que Jesús hubiera sanado el sábado y le dijo a la gente: ¡Seis días hay para que trabajen, en estos días pueden venir para ser sanados, pero no en el sábado! (Lucas 13:10-17 TCB). 

El verso en Lucas 13 nos dice que esta mujer vivía encorvada. El término encorvado nos transmite la idea de algo que está torcido, doblado, curvado, pervertido en su propósito. Imaginemos por un momento el sufrimiento físico, mental, emocional y espiritual de esta mujer. Su condición desencadenaba limitación, opresión y sufrimiento en ella. Cuánta humillación, rechazo y exclusión habría padecido. La carga mental que debía llevar era tan fuerte, que la imagino identificándose con el salmista cuando dice “estoy encorvado y humillado” “apresúrate a ayudarme, Oh Señor, de mi salvación”, probablemente así clamaba ella en su interior, en su intimidad. 

Ya llevaba dieciocho años sometida a esta condición, estaba debilitada. No sé cuántas veces habría acudido con fe a la sinagoga, tal vez esperando misericordia, que alguien viera su condición, no física, sino en su interior, que viera su dolor y tuviera compasión. Y allí estaba Jesús presente ese día en la sinagoga; y nos dice el texto que “Jesús la vio”. El verbo griego que se usa ahí para “vio” es ὁράω (joráo), que más allá de ver en lo físico, transmite la idea de poder sentir y experimentar en el interior, en este caso, lo que esa mujer sentía. Jesús, al verla, experimentó en Él la condición del interior de esta mujer, tuvo misericordia, se identificó con ella y la libertó. Ese es el verdadero significado de la ley, una ley que libera, que transforma, que consuela, que fortalece, que edifica, que te construye y que te dignifica. Pero los líderes de la sinagoga daban a la ley una interpretación que distorsionaba y no reflejaba la justicia y dignificación del ser humano. 

El Evangelio de Lucas nos presenta un mensaje universal, accesible para todos, y a través de estos versos podemos ver que Dios dignifica a todo ser humano y que la ley está al servicio de este propósito. Por eso, más allá de un milagro físico, me gustaría que pudiéramos ver y reflexionar en el paralelismo simbólico entre la mujer encorvada y la ley que estaban practicando los líderes de la sinagoga. Porque la condición encorvada de esta mujer también puede representar simbólicamente a una mujer que ha sido debilitada por una ley que cuando es torcida pierde su poder transformador, sirviendo entonces a propósitos distorsionados de control y manipulación, que son contrarios a la dignificación de todo ser humano. 

Hoy han transcurrido más de dos mil años después de la vida, muerte y resurrección de nuestro Señor Jesucristo, y lamentablemente todavía vemos cómo en ocasiones se tuerce la ley del amor de Dios para manipular, juzgar, menospreciar, humillar y desvalorar al ser humano, e inclusive todavía hoy encontramos concilios y congregaciones donde no se permite que la mujer ejerza liderazgo. ¿Qué pensaría Jesucristo sobre esto? El milagro y liberación que se realizó en aquella mujer un sábado puso al descubierto una interpretación distorsionada de la ley. 

Pero no es menos significativo el paralelismo simbólico que podemos ver entre la mujer encorvada (que hoy pudiéramos ser nosotros, la iglesia) y una ley distorsionada, donde ambas necesitaban ser liberadas y transformadas; resultado que ya hemos obtenido por la obra redentora de Cristo en la cruz al “ver” Él nuestra condición e identificarse con nosotros. Reflexionemos y evaluémonos continuamente para discernir qué iglesia estamos representando hoy en Cristo. Y convirtámonos cada día en esa Iglesia perpendicular, recta, derecha, liberada, transformada, con una fe identificada con Cristo, que escoge amar, dignificar al prójimo y seguir creciendo en la gracia, conocimiento y manifestación de nuestro Señor Jesucristo. Aprendamos y practiquemos “ver”, como vio Jesús, para extender nuestras manos, salvar y transformar a otros al dignificarlos. 

Ileana Cruz Fernández   /  Puerto Rico

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