Devocional

Elisabet: El Milagro de una Madre Fiel

Texto: “El Señor hizo un milagro en mi vida, me libró de la humillación pública de no tener hijos.” Lucas 1:25

Una de las cosas más difíciles, es permanecer en fidelidad cuando se está viviendo en detrimento ante los ojos del entorno. Elisabet, la madre de Juan el bautista, tuvo que vivir esta situación durante toda su vida. Casada con un sacerdote judío, pero con el estigma de ser una mujer estéril viviendo con el profundo anhelo de una maternidad que le había sido negada por años. Sin embargo, se mantuvo como una mujer piadosa, temerosa de Dios y con la férrea esperanza en la venida del Mesías prometido. 

Es sabido que una mujer estéril en esos días, era vista con discriminación, de poco valor y lo más fuerte, era juzgada como despreciada por Dios. Aun en estas circunstancias, ella y su marido Zacarías, permanecieron firmes en su esperanza en el Dios de Israel, con la convicción de que Él no les fallaría. Esa fe inquebrantable les puso frente a Dios y a las personas como “intachables delante de Dios, y que cumplían con todos los mandamientos y ordenanzas del Señor” (ver. 6)

Cuando el ángel visita a Zacarías de parte de Dios, a pesar de la muy buena noticia, sufren un nuevo revés al recibir la sentencia de su pérdida de la voz, por el atisbo de la duda ante el anuncio, esto hasta el cumplimiento de la profecía del nacimiento de su hijo en su vejez. En espera ambos mantuvieron su esperanza irreprensible de la justicia de Dios, y siguieron preparándose para la llegada del niño prometido. 

Elisabet, quien antes era una anciana estéril, ahora levanta un cántico de júbilo ante el hermoso regalo de su embarazo, que daría paso a su tan anhelada maternidad: “El Señor hizo un milagro en mi vida; me libró de la humillación pública de no tener hijos” (ver. 25). El ángel había revelado detalles importantes de quien sería el niño, la importancia del rol que tendría en el proceso salvífico, pero también la manera en que debería ser criado; y en esto Elisabet, con profundo temor de Dios asumió con dedicación su llamado como madre mientras el niño estuviera con ella, acompañándolo con fidelidad hasta que Juan iniciara su camino como “la voz de alguien que grita en el desierto” Mr. 1:3 

Aunque la presencia de Elisabet como madre de Juan el bautista, se limita a unos pocos versículos en el Evangelio de Lucas, las lecciones de vida que podemos extraer de su testimonio son abundantes y profundamente edificantes. Lucas la describe, junto a su esposo Zacarías, como descendiente del linaje sacerdotal de Aarón, de conducta intachable, obediente a los mandamientos y ordenanzas de Dios. A pesar de llevar sobre sí el doloroso estigma de la esterilidad en su vejez, su temor a Dios brillaba con fuerza, ganándose el respeto y reconocimiento del pueblo. 

Como madre, fue diligente y fiel en obedecer cada instrucción que el ángel del Señor reveló sobre la crianza de su hijo. María, la madre del Señor, es destacada por su extraordinario llamado, pero Elisabet, también fue escogida con propósito eterno, y respondió con humildad, reverencia y obediencia al llamado divino. 

 El relato nos enseña a no subestimar nuestro llamado de parte del Señor, porque Él no se equivoca en el llamamiento y a su tiempo hará que, en su inmutable consejo, se produzca lo que se ha planeado para cada uno de nosotros. No importa si la opinión de los que nos rodean, es buena o mala, si Dios nos llamó, nos perfeccionará para que nuestro servicio sea óptimo delante de su presencia.

Elisabet nos inspira con su ejemplo de maternidad marcada por la fe, la paciencia y la esperanza. A pesar de vivir años bajo el peso del silencio y la mirada crítica de su entorno, nunca dejó de creer que Dios tenía algo más preparado para ella. Y así fue: en el tiempo perfecto, el Señor le concedió el gozo de ser madre, y no de cualquier hijo, sino del que prepararía el camino para el Mesías. 

En este Día de las Madres, honramos a cada mujer que, como Elisabet, ha elegido confiar en Dios en medio de la adversidad, que ha sembrado con lágrimas y ha seguido adorando en su espera. A ti, madre que oras, que luchas, que sueñas y sigues creyendo, te decimos: Dios también tiene algo más para ti. Tu fe no es en vano, tu llamado no es pequeño, y tu labor como madre tiene un lugar especial en el corazón de Dios. 

Carlos Arancibia  /  Chile

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