Testigos del poder de la Resurrección
Texto: 1 Corintios 15:3-8
3. Porque ante todo les transmití a ustedes lo que yo mismo recibí: que Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras, 4. que fue sepultado, y que ha sido resucitado al tercer día, según las Escrituras, 5. y que fue visto por Pedro y luego por los doce, 6. después fue visto por más de quinientos hermanos a la vez, la mayoría de los cuales viven todavía, aunque algunos han muerto, 7. después fue visto por Santiago y luego por todos los apóstoles, 8. por último, fue visto también por mí; conmigo fue diferente, fui como un bebé nacido fuera de tiempo.
La Resurrección es un poder transformador que nos traslada de la muerte a la vida, del dolor al gozo, de la desesperanza a la esperanza. Hace años atravesé uno de los momentos más dolorosos cuando mi hijo de 19 años murió. Fue algo inesperado, la noche anterior estábamos cenando juntos, y al otro día él ya no estaba ahí. No existen palabras para describir el dolor y la angustia de aquel momento, estaba destrozada. Es algo que se experimenta en el interior, una tristeza que te atraviesa y te quita las fuerzas. Pero estando así, experimenté algo que me sostenía y mantenía de pie, era un poder que no provenía de mí, no conocía lo que era, pero estaba allí, lo estaba experimentando solo por la gracia, el amor y la misericordia de Dios.
Creo que tal vez los discípulos de Jesús experimentaron un dolor así cuando lo vieron en aquella cruz. Su esperanza salvadora estaba allí ante ellos; humillado, desfigurado, crucificado, luego muerto, y sepultado. Debieron estar destrozados, afligidos, el dolor debió haber atravesado sus corazones, su alma y su espíritu. Y qué decir de María, la madre de Jesús, parada ante aquella escena al pie de la cruz donde su hijo estaba crucificado. ¿Lo puedes imaginar? Enfrentar la muerte de quienes amamos es realmente doloroso, una copa amarga que no quisiéramos tomar. Pero pronto comprenderían el significado de las palabras de Jesús cuando dijo “si el grano de trigo no cae a tierra y muere, queda solo; pero si muere, dará mucho fruto”.
Al tercer día Jesús resucitó. El apóstol Pablo en 1 Corintios 15 nos dice: “Porque ante todo les transmití a ustedes lo que yo mismo recibí; que Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras, que fue sepultado, que resucitó al tercer día… que fue visto por Pedro y luego por los doce, después fue visto por más de quinientos hermanos a la vez, la mayoría de los cuales viven todavía, aunque algunos han muerto, después fue visto por Santiago, luego por todos los apóstoles, y por último fue visto también por mí…”.
¡Jesús resucitó! Él se presentó ante ellos, caminó con ellos, se sentó a la mesa y partió el pan con ellos. Si el dolor que experimentaron por Su muerte fue profundo, la realidad de la Resurrección de Cristo despertó en ellos una acción liberadora y transformadora causada por el mismo poder que resucitó a Jesús de entre los muertos; “el poder del Espíritu de Dios que vivifica nuestros cuerpos mortales y nos llena de un gozo y fortaleza interna que da vida, transforma e imparte paz”. Esa es la Pascua que nosotros celebramos; el paso de la desesperanza de la muerte al gozo de la vida por medio del poder de la Resurrección de Cristo. Una realidad presente, de la que todos podemos disfrutar hoy.
La Resurrección es ese poder que se experimenta en el interior del ser humano y que comienza a transformar progresivamente nuestro carácter, nuestra forma de pensar, de actuar, de vivir. La Resurrección es el poder del evangelio que libera, consuela, fortalece, dignifica, ama, tiene misericordia y perdona. La Resurrección de Cristo es poder de Dios; es más que la esperanza, es la certeza de que hay vida más allá de la muerte física. ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria? Gracias sean dadas a Dios que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo.
Ser cristiano implica experimentar, conocer, manifestar y transmitir el poder de la Resurrección. Un poder y un gozo que, si bien no nos libra de situaciones adversas, nos fortalece, nos acompaña y consuela en medio de ellas. Nuestra vida es el mayor testimonio de la Resurrección de Cristo. Un Cristo Vivo, que nos sacó de las tinieblas de la muerte y del dolor, a la luz del poder de una vida que testifica Su presencia en nosotros, para salvar y liberar. La Iglesia es el cuerpo resucitado de Cristo, somos los “muchos frutos” donde vive el postrer Adán, Cristo, el Espíritu Vivificante que nos acompaña día a día y nos convierte en los testigos del poder de la Resurrección, para transmitir a través de nuestros hechos un mensaje que imparte vida, justicia, paz y gozo en el Espíritu.
Ileana Cruz
Puerto Rico
Testigos de la Transformación
Apocalipsis 3:10-11
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Un comentario
CarlosArancibia
Muy bueno!!!
Exelente exposición!!
Dios le siga usando para su gloria