El Amor en Acción: Más Allá de Sentimientos
“Y Jesús le respondió: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el primer y más importante mandamiento. El segundo es semejante al primero: Amarás a tu prójimo como a ti mismo“Mateo 22:37-39 TCB
En un mundo lleno de individualismo y división, el llamado a amar a nuestro prójimo resuena como una invitación urgente para construir puentes de comprensión y solidaridad. Este amor, descrito por Jesús, va más allá de los sentimientos; es un compromiso que se revela en acción hacia el bienestar del otro.
El amor al prójimo es una manifestación tangible de nuestra fe. 1 Juan 4:20 nos recuerda que no podemos amar a Dios, a quien no hemos visto, si no amamos a nuestro prójimo, a quien vemos. Este amor se expresa en acciones: escuchar, ayudar, perdonar y compartir, incluso con aquellos que consideramos diferentes o adversarios. El amor al prójimo, según las Escrituras, no es simplemente un mandato moral externo, sino una respuesta natural a la comprensión de quién es Dios y cómo nos ha amado primero. En este contexto, el amor trasciende la mera emoción o afecto; se convierte en un acto de voluntad, una decisión consciente de buscar el bien del otro, reflejando así el amor incondicional de Dios por nosotros.
Karl Barth, en su monumental obra «Church Dogmatics», articula una visión del amor de Dios que es a la vez radical y transformadora. Él escribe: «Ser cristiano significa participar en el encuentro de Dios con el hombre». Esta frase resalta la idea de que nuestra capacidad de amar al prójimo fluye directamente de nuestro encuentro con Dios. El amor divino, al encontrarnos, nos capacita y nos impulsa a amar a aquellos que tenemos a nuestro alrededor.
El amor al prójimo, entonces, se convierte en una manifestación de nuestra teología; es decir, cómo entendemos a Dios y cómo eso moldea nuestras vidas. Amar no es solo sentir compasión o actuar amablemente; es ver en el otro la imagen de Dios y responder a esa imagen con respeto, cuidado y sacrificio. Esto implica reconocer la dignidad intrínseca de cada persona, independientemente de su condición social, económica o moral.
En la práctica, actuar justamente, promover la equidad, y estar dispuestos a sacrificar nuestros propios intereses por el bienestar de los demás es mostrar el significado del amor. Es ser voz de los sin voz, defender a los oprimidos y brindar consuelo a los afligidos. En esencia, es vivir de manera que nuestras acciones reflejen el carácter de Cristo, quien no vino a ser servido, sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos (Marcos 10:45).
Barth nos recuerda que este tipo de amor no es algo que podamos generar por nuestros propios esfuerzos; es un regalo de Dios, una respuesta al amor primero con que Él nos ha amado (1 Juan 4:19). Por lo tanto, amar al prójimo es participar en la obra de Dios en el mundo, es ser co-creadores de una realidad donde el reino de Dios se hace presente en nuestras relaciones, acciones y decisiones cotidianas.
¿Cómo podemos poner en práctica este amor en nuestra vida diaria? Comienza con pequeños actos de bondad y disponibilidad para escuchar y estar presentes en la vida de los demás. Se trata de ver a cada persona como un reflejo de Dios, merecedora de amor y respeto.
Amar al prójimo como a nosotros mismos es un desafío constante, pero también es la clave para transformar nuestra realidad. Al hacerlo, no solo obedecemos el mandato de Jesús, sino que también tejemos lazos de comunidad y esperanza en un mundo que desesperadamente necesita ver el amor en acción. Que este amor sea el reflejo de nuestra fe y el testimonio de nuestra esperanza en Cristo.
Créditos:
Jonnathan Tapia P.
Ecuador.
Aflicción Temporal, Gloria Eterna
Marcos 4:10-12
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