Devocional

Junia: el desafío de ser mujer cristiana

Texto: Saluden a Andrónico y a Junia, que son mis parientes, judíos como yo, y que estuvieron en la cárcel conmigo. Son apóstoles bien conocidos y respetados, y se convirtieron a Cristo antes que yo. (Romanos 16:7 TCB)

El biblista y teólogo Yattenciy Bonilla escribió hace algunos años un libro titulado Cristo y el Cristianismo: dos grandes enemigos. En esta obra, el autor presentaba la tensión constante entre el mensaje de Jesús el Cristo y el mensaje de la iglesia cristiana, entendida como institución y estructura religiosa.

Claramente hay una gran distancia entre el Jesús que perdonaba pecados aún cuando los pecadores no se lo pedían (“Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”) y la iglesia cristiana contemporánea, que suministra la salvación mediante confesiones religiosas, prácticas litúrgicas e incluso mediante expresiones corporales y comunitarias, sin las cuales, la iglesia no convierte en “miembro” de la comunidad al nuevo creyente. También parece ser que el Jesús que perdona a los adúlteros y a los cobradores de impuestos no tiene nada que ver con la iglesia que sanciona, disciplina y reprende a quienes han incumplido con la moralidad cristiana.

Alguien estará pensando “pero en los evangelios vemos a Jesús amonestando a muchos impíos”, y aunque esto es verdad, lo cierto es que aquellos que constantemente eran regañados por Jesús eran los que más preservaban la ley y la moralidad, incluso muchos de ellos tenían credenciales ministeriales: eran fariseos, saduceos, esenios, etc.

Las páginas me resultan muy cortas para poder explicar exegética y teológicamente por qué he llegado a esta conclusión, pero bastará continuar afirmando que el Jesús que encontramos en la Biblia parece estar muy distante del Cristo que la iglesia ha predicado por más de dos milenios. Esto nos demuestra que la historia no siempre es alidada de la justicia, y que en muchos casos, la misma historia, por más cristiana que sea, es capaz de silenciar el mensaje de Jesús. Por ello, hoy nos pretendemos a reflexionar en torno a la imagen de Junia, la apóstol mujer mencionada por Pablo en Romanos ¿por qué no habíamos escuchado de ella si tenía el rango de apóstol? ¿por qué en toda la historia cristiana no se guardaron muchos registros de una apóstol mencionada en la Biblia por el mismo Pablo? ¿Por qué la historia del cristianismo decidió llamarla Junias (nombre masculino) en lugar de Junia (nombre femenino)? Estas simples preguntas ya son una acción reflexiva en torno a su vida y ministerio.

A la luz del caso de Junias, podemos ver que ser mujer dentro del cristianismo es una actividad altamente apremiante, y que muchos desafíos no provienen directamente de quienes no son cristianos, sino de la iglesia misma. El teólogo y biblista argentino Ariel Álvarez Valdés menciona que en repetidas ocasiones, muchos padres de la iglesia y teólogos medievales fueron intencionales, no en borrar a Junia de la historia, sino en borrar su género.

Los manuscritos y testimonios más antiguos favorecían la idea de que Junia fuera mujer y también una apóstol. El mismo Juan Crisóstomo en su comentario a la Epístola a los Romanos afirmó “¡Qué grande es la devoción de esta mujer, que fue digna del nombre de apóstol!” y sin embargo, pese a estas evidencias, se continuó enseñando que Junia era hombre. El caso de Junia nos muestra cómo el ser humano es capaz incluso de cambiar el Texto Bíblico con el fin de favorecer una ideología.

Ser cristiano puede ser algo complicado, pero ser cristiana puede ser doblemente complicado. No solamente porque parece ser que la feminidad es objeto de construcción constante, sino también porque en muchos casos se utiliza la Biblia como objeto de dominio para construir ideologías dañinas. La teóloga norteamericana Beth Alisson Barr recientemente publicó un libro titulado La construcción de la feminidad bíblica: Cómo se convirtió la subyugación de las mujeres en doctrina cristiana. Solamente el título es un llamado de atención a la iglesia, porque sugiere que a partir del Texto Bíblico se crean ideologías acerca de lo que debe ser una mujer cristiana, y que además, tales ideas, pese a ser coercitivas, pueden ser aceptadas por la iglesia como doctrina cristiana.

De nuevo, Cristo y el Cristianismo se disputan la verdad. La propuesta de la religión cristiana puede señalar la incapacidad de las mujeres para servir a la iglesia y para ser llamadas “apóstol”, mientras que Cristo hace de ellas las portadoras del mensaje de su resurrección. La iglesia cristiana parece tener una deuda con las mujeres que sirvieron y que sirven a Cristo, deuda que esperamos sea perdonada. Que la oración de nuestras hermanas sea “Padre, perdónalos, aunque sí sabían lo que hacían”.

Pablo Cantoral  / Guatemala

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