Devocional

MÁS QUE PALABRAS

Texto: “De igual manera, el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; por ejemplo, cuando no sabemos qué necesitamos pedir a Dios a través de la oración, pues no sabemos orar como conviene, el Espíritu mismo ora a Dios por nosotros, intercede por nosotros. El Espíritu le habla a Dios con gemidos indescifrables, algo tan especial que es imposible de expresar con palabras” (Ro. 8:26 TCB).

Varios poetas conocidos dedican su talento a temas religiosos, entre ellos se encuentra la oración. Un fragmento del poema de Gabriela Mistral expresa en sus líneas el valor que ella le da a la oración, se llama La oración de la maestra:

¡Amigo, acompáñame! ¡Sostenme! Muchas veces no tendré sino a Ti a mi lado. Cuando mi doctrina sea más casta y más quemante mi verdad, me quedaré sin los mundanos; pero Tú me oprimirás entonces contra tu corazón, el que supo harto de soledad y desamparo. Yo no buscaré sino en tu mirada la dulzura de las aprobaciones

La oración, práctica espiritual conocida por religiosos, creyentes y también por todos aquellos que desean expresar su espiritualidad para vivir un encuentro con Dios. Por ello, la oración no es patrimonio de los crédulos o piadosos; es un fenómeno universal que, a través de ella el ser humano articula su relación con el Creador al que está vinculado como criatura. La persona orante está predispuesta al diálogo, a la conversación, a la comunión con Dios.

Romanos resalta un texto muy usado con respecto al tema, nos expone el encuentro que se da entre el ser humano y el Espíritu a través de la oración.  Pablo, un orante experimentado presenta una reflexión prominente en el capítulo 8 sobre el Espíritu. Todo el capítulo habla de una vida en el Espíritu. Vida muy conectada con la realidad del ser humano (Ro. 8:18), realidad que solo puede ser comprendida, vivida y aceptada por la ayuda del Espíritu de Dios mediante la oración.  

La época histórica en la que vivimos es compleja, hay situaciones sociales, políticas, económicas y emocionales difíciles que nos afectan y la desesperanza, el desánimo e incredulidad hacen presa de nosotros y nuestras oraciones en lugar de traernos paz, se convierten en gritos de angustia, de desesperación, se vuelven en un monólogo que cierra nuestros oídos para escuchar otra voz. 

Ro. 8:26 nos recuerda que no estamos solos, el versículo replica las palabras del evangelista Juan, la promesa de Jesús, el Espíritu, el Parakletos está a nuestro lado. 

“…El Espíritu nos asiste cuando la realidad de la vida nos ensordece y tampoco podemos expresarnos audiblemente. El Espíritu le habla a Dios con sonidos que expresan nuestro dolor, nuestra pena o nuestro agrado espiritual…” (Ro. 8:26b)

El fragmento del poema que hemos citado tiene consonancia con la verdad del versículo, la autora revela una imagen tan extraordinaria de relación, de comunicación, de seguridad y de intimidad, su “Amigo” (Dios-Jesús) basta su mirada para que ella continue con su vida. La oración no se limita a palabras, es más que palabras, es vida. La existencia cotidiana debe ser motivo de oración, toda la vida es oración.

En algunos contextos la costumbre es hacer oraciones audibles y extensas, pero ¿es posible que en ocasiones podamos adoptar un método de oración silente, es decir de interiorización, de recogimiento interior en donde las múltiples voces del día a día sean acalladas con la voz del Espíritu y su presencia nos conecte con Dios?

La oración es más que palabras, así que en nuestro aposento reproduzcamos la oración que Jesús les recomendó a sus discípulos en Mateo:

– Padre que mi testimonio de vida evidencie tu Reino y la vida en el Espíritu,

– Tú deseo salvífico sea una realidad en nuestra tierra a través de mis acciones,

– El alimento de cada día lo gocemos y podamos compartir con los que no tienen,

– El perdón dado por ti podamos reproducirlo en aquellos que nos lastiman y hacen mal,

– Ayúdanos a no proceder con maldad y libranos del mal,

En tu nombre Amén. (paráfrasis de la autora).

Créditos: 

Santa González Bautista 

México

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