Devocional

A LOS PIES DEL PERDÓN

Texto: “Y se colocó detrás de Jesús, llorando a sus pies y empezó a mojarle los pies con sus lágrimas, los secó con su cabello, los besó y los ungió con perfume.” Lc 7:38 TCB.

Lucas nos describe un cuadro de verdadera adoración por tal amor y gratitud, que provoca la aceptación de Jesús y, a su vez, la justificación de una mujer que por todos era reconocida como pecadora. 

Este acto de humildad y arrepentimiento profundo de la mujer sin nombre nos enseña un proceso, un camino, un recorrido, para alcanzar esa justificación.

Lo primero es “la ruptura de las dificultades”. Los paradigmas de la época eran que, los no convidados, no tenían acceso a los lugares de privilegio ante invitados preferenciales o de importancia. Estos debían entrar por puertas adyacentes, y permanecer de lejos; ser simples observadores. Ella quiebra este protocolo ingresando al lugar de reunión, y “toma” indirectamente, las acciones preferentes del anfitrión, pero lo hace con reverencia y humillación.

Nosotros, frente a los paradigmas, preferimos no romperlos por “miedo” al qué dirán; y si llegamos a hacerlo, nos valemos de autosuficiencia y fuerza: “yo igual voy” – decimos. Nos cuesta entender lo dicho por Santiago 4:6 “Dios resiste a los soberbios, pero da gracia a los humildes”. El acercamiento a Dios con humildad tiene como resultado el derramamiento de su favor (gracia) en nosotros.

Lo segundo es la actitud que se demuestra una vez que se ha superado el primer paso: “se colocó detrás de Jesús”. En esos tiempos los comensales se ubicaban alrededor de una mesa baja, que permitía que los participantes estuvieran recostados y apoyados en cojines sobre su brazo izquierdo y se servían los alimentos con la mano derecha; por lo que sus pies quedaban alejados de la mesa. De ahí el por qué la mujer pudo acceder por “detrás” a Jesús, permaneciendo postrada reconociendo su bajeza. Mientras Él cenaba, ella regaba los pies de Jesús con sus lágrimas, como señal de su adoración al Señor misericordioso, derramando su vida en ello y usando su propio cabello como improvisada toalla. 

Lo importante en el acercamiento a la adoración a Dios, es reconocer quienes somos y a quién nos estamos acercando. Y es imprescindible, como digo yo, invitar a las “señoritas lágrimas”; ¡No temas llorar! porque ellas testifican cuan grande amor siento por mi Dios muy amado. Los hombres (no se si las mujeres) cuando amamos, a veces en secreto, lloramos por esa mujer amada, al sentirla casi inalcanzable, amén de sentirnos indignos de llegar tener a tan hermosa persona a nuestro lado. ¡Cuánto más si estamos delante de nuestro grande y precioso Dios y salvador de nuestras almas!

Entonces, ella presenta su ofrenda: un carísimo perfume que había preparado exclusivamente para la ocasión. Fijémonos que aún el frasco del perfume era especial, el alabastro era un material muy apreciado en la época, hecho con piedra caliza y otros ingredientes, formando una especie de cerámica que conservaba óptimo su contenido. ¿Nos asemejamos a esa “vasija de honra” que puede guardar el perfume divino sin alteraciones? (2 Tim 2:21 TCB).  ¿Es nuestra ofrenda (no el dinero), un perfume carísimo preparado para la adoración al Rey de Gloria? ¡Dios nos ayude!

Cuando el anfitrión da muestras de desprecio y superioridad, el Señor contrasta su actitud con la de la mujer, Lc 7:44-48:

“Cuando entré a tu casa, ni siquiera me distes agua para lavar mis pies”

“Ella, con sus lágrimas lavó mis pies y con sus cabellos los secó”

“No me diste el beso de bienvenida”

“Esta mujer, desde que entró no ha dejado de besar mis pies”

“No ungiste mi cabeza con aceite”

“Ella ungió mis pies con perfume”

Este magnífico relato, nos enseña la real actitud que debemos tener, al enfrentarnos a la posibilidad de adorar a Dios: para alcanzar la preciosa gracia divina, su perfecta aprobación y para salir de su hermosa presencia justificados por la fe en su santo Hijo Jesucristo.

Jesús declara: “los verdaderos adoradores, adorarán al Padre en espíritu y en verdad; y el Padre buscará a tales adoradores” Jn. 4:23 TCB.  ¡Quiero estar en esa lista! ¿Y tú?

Créditos: 

Carlos Arancibia 

Chile.

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