Devocional

Testigos de la verdad: más allá de las falsas expectativas 

Marcos 11:9-10 TCB

9. Tanto los que iban adelante, como los que les seguían, gritaban: – ¡Hosanná!; ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!; 10. ¡Bendito el reino que viene de nuestro padre David!, ¡Hosanna en las alturas!

El relato de la entrada de Jesús a Jerusalén es uno de los pocos que se encuentran en los cuatro evangelios, lo que indica su importancia no solo para las personas de aquella época, sino también para los cristianos a lo largo de la historia. Los evangelios describen su entrada a la ciudad como un acto triunfal y heroico, resaltando las multitudes y la exaltación a Jesús como el Mesías anhelado.

Es importante reconocer que para entonces Jesús ya había ganado reconocimiento por los milagros que realizaba. Por lo tanto, si Jesús había hecho cosas extraordinarias en lugares pequeños e insignificantes en Galilea y Samaria, se esperaba que hiciera cosas aún mayores en la gran Jerusalén, capital de Judea y centro político, económico, social, ideológico y religioso del pueblo judío en aquella época.

Las expectativas eran muchas; el pueblo deseaba acabar con la opresión por parte del Imperio Romano y estaban seguros de que había llegado el Mesías que los liberaría de tal opresión. Sin embargo, se equivocaron. Jesús no pretendía liberarlos del Imperio Romano, sino de sus falsas expectativas. Antes que liberarlos de un sistema político, ellos debían ser liberados de la ley, la religiosidad y la falta de amor.

Es lamentable cómo aquellos que alabaron a Jesús en su entrada a Jerusalén creyeron saber lo que necesitaban, y al no cumplir con sus expectativas cambiaron sus hosannas por gritos de «¡Crucifícalo!» (Marcos 15:13-14). Quienes lo aplaudieron como héroe pronto lo rechazarían y condenarían.

En muchas ocasiones, al igual que el pueblo judío, generamos falsas expectativas que responden a patrones sociales y se alejan del mensaje original de Dios. Nos aferramos a lugares, objetos y tradiciones que limitan su obrar, y cuando las cosas no suceden como esperamos, podemos cometer el mismo error que los judíos: crucificar a Jesús en nuestra vida.

La entrada de Jesús a Jerusalén no representaba el dominio de los reinos terrenales, sino que buscaba ejemplificar lo que significa gobernar con amor, gracia y misericordia en el corazón de las personas. Su gloria no estaba representada por ejércitos, sino por la humildad, el servicio y el sacrificio en favor de otros. El propósito no es conquistar un territorio, sino nuestra propia vida, llenándonos de su amor y plenitud. Por lo tanto, si Jesús ha hecho una entrada triunfal en nuestros corazones, Él puede reinar en nosotros con amor, y entonces el mundo podrá ver a través de nosotros lo que representa una vida liberada y restaurada. El mundo podrá ver la verdad que desafía las expectativas y patrones del mundo. 

Créditos: 

Ingrid Hernández 

Colombia

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