El verdadero tesoro de Lidia

Texto: «Una de ellas se llamaba Lidia, era de la ciudad de Tiatira y era comerciante de telas de púrpura. Ella adoraba a Dios y nos estaba escuchando. El Señor abrió su corazón y prestaba mucha atención a lo que Pablo decía» (Hechos 16:14 TCB).

Todos hemos sido testigos de un suceso extraordinario de los últimos tiempos, la mujer en todos los países del mundo ha demostrado una capacidad increíble para reinventarse, emprendiendo con fuerza más que nunca en la historia. A través de la creatividad y la perseverancia, muchas mujeres han sido capaces de forjar sus propios caminos en los negocios y el comercio, rompiendo barreras y alcanzando su independencia económica. 

Este espíritu emprendedor no es nuevo, en la Biblia encontramos un lindo ejemplo de una mujer llamada Lidia, comerciante de púrpura en la ciudad de Filipos, cuya historia nos muestra cómo el trabajo, la fe y el esfuerzo pueden transformar vidas y abrir puertas también para el evangelio. Lidia vendía telas teñidas con púrpura, un color muy valioso y costoso en la antigüedad. La púrpura era un tinte obtenido de un molusco marino llamado murex, y su producción requería esfuerzo y muchas horas de trabajo, razón de su alto costo. Es por eso, que las telas teñidas con este color púrpura eran símbolo de riqueza y estatus.

En el contexto del Imperio romano, donde se desarrolla este relato, la púrpura era usada principalmente por la nobleza, por altos funcionarios y por personas de gran influencia. Es por esto que pensamos que Lidia no solo era una mujer emprendedora, sino que también tenía una posición económica estable y que tenía una clientela de alto nivel. 

Lo llamativo de Lidia es que además de ser inteligente y muy hábil para manejar un negocio en un mundo dominado por hombres, también era una creyente fiel que abrió su hogar para el evangelio, siendo considerada la primera persona convertida al cristianismo en Europa.

Cuando escuchó el mensaje de Pablo, ella fue humilde, permitió que Dios transformara su corazón y su hogar, para ahora ser un instrumento útil para la obra evangelizadora. Después de su conversión, Lidia nunca usó su prosperidad para seguir acumulando más riquezas, sino que inmediatamente puso sus bienes y su casa al servicio de la iglesia que estaba naciendo. Su hogar se convirtió en un refugio acogedor y seguro para todos los creyentes y fue una base de operaciones para la obra del Evangelio en Filipos.

Hoy en día, es fácil caer en la trampa de poner el foco únicamente en el éxito material. Pensar que tener más dinero, más reconocimiento o más influencia es lo importante. Sin embargo, Lidia nos recuerda que lo que realmente da propósito a nuestra vida no es cuánto poseemos, sino cómo usamos lo que Dios nos ha dado.

Te invito a reflexionar en lo siguiente: ¿Estamos usando nuestras bendiciones solo para nosotros, o las estamos extendiendo también para la obra de Dios, para prestar ayuda a nuestro prójimo o para construir una mejor sociedad? 

Tal como Lidia, abramos nuestro corazón y prestemos atención a lo que Dios nos dice en su palabra. Busquemos una manera de utilizar lo que Dios nos ha dado: nuestro hogar, nuestros recursos, nuestro tiempo o talentos, para bendecir a otros y expandir con alegría y entusiasmo el verdadero tesoro, el Reino de Dios.

Olga Bascuñán  /  Chile