Una visita necesaria
La joven María emprende un viaje a un pueblo tranquilo, en una montaña de Judea, para visitar a su prima Elisabet. Me atrevo a imaginarme cómo se sentía mientras recorría el camino y pensaba en el anuncio del ángel. Sin duda, estaba llena de tantas emociones encontradas y a la vez de un sentir indescriptible, considerando que el bebé que llevaba en su vientre era El Salvador de la humanidad.
Es posible asumir que entre estas primas había una relación especial y que posiblemente, Elisabet, había sido confidente y apoyo para María en otros temas, aunque sin duda, ¡ninguno como este! Elisabet también había recibido el milagro de llevar en su vientre a Juan, quien anunciaría y prepararía el camino para la llegada de Jesús. La verdad, es muy difícil imaginar o poner en palabras las emociones que, de seguro, llenaban los corazones de estas valientes mujeres.
Elisabet recibe a María al llegar con los brazos abiertos y una sonrisa, quizás hasta de complicidad. En el abrazo sienten movimiento en sus vientres. Esta vez, fue más que esas pataditas que dan los bebés; algo especial y espiritual sucede y Elisabet llena del Espíritu Santo profetiza: «¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre!» Estas palabras tienen un profundo significado, y a la vez son un recordatorio, que incluso en los momentos más comunes, lo extraordinario puede suceder.
No obstante, el encuentro de estas primas no sólo se trata de esta experiencia hermosa de confirmación de lo que Dios estaba haciendo, o de cómo estos bebés aún en el vientre gozaron en la llenura del Espíritu. Este momento también se trata de la alegría de la amistad y de la diferencia que hace el apoyo inquebrantable de una comunidad. No me parece improbable que luego de esta visita, ambas quedaran más confiadas, tranquilas y felices por lo que estaba por suceder.
En un mundo que a menudo se siente aislante y abrumador, María y Elisabeth encuentran consuelo y fuerza la una en la otra. Su historia nos sirve como un poderoso recordatorio del inmenso bien que nos hace apoyarnos unos a otros.
En esta temporada de Adviento, inspirémonos en María y Elisabeth. Acerquémonos a nuestros seres queridos, ofreciéndoles apoyo y aliento. Construyamos comunidades donde la esperanza y el amor puedan florecer, donde los milagros puedan desarrollarse en medio de lo ordinario.
Durante este tiempo de reflexión y preparación, recordemos que no estamos solos en este viaje, que estamos rodeados de hermanas y hermanos, amigos y familiares, todos en la misma jornada. Y dentro de esa experiencia compartida, encontrarnos con la verdadera esencia de la Navidad; Que es el amor, la esperanza y el espíritu inquebrantable de la comunidad.
CRÉDITOS:
Jenniffer Contreras.
Puerto Rico.
Saltó de alegría
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