Devocional

Creer es un deber inherente al ser humano 

Juan 4:50

El contexto del milagro de sanidad del hijo del oficial es una de las tres pascuas a las que asistió Jesús a Jerusalén en la cual hizo señales. A la vez, expone la llegada de Jesús una vez más a Caná de Galilea. El texto trata de un oficial, probablemente, trabajador del tetrarca Herodes. El texto dice en la TCB “este funcionario había escuchado que Jesús vino de Judea a Galilea, fue donde Él, y le rogó que fuera a su casa para sanar a su hijo; porque estaba agonizando” (v. 47). La expresión fue donde Él, y le rogó (apëlthen kai ëröta), aoristo (gr. expresa acción pasada, pero no indica el tiempo de su duración respecto a iniciar otra acción), lo cual indica un ruego continuo antes de hacer alguna otra actividad. A la vez, es indicativo ingresivo (fue en el acto), precisa que vino a Él oportunamente. También es imperfecto activo (ëröta, comenzó a rogar y siguió en ello), esto supone rogar de forma continua. Nótese que cuando hay un ruego no se escatima esfuerzo alguno para ser escuchado. Supone además, hacer uso de los recursos disponibles para ser atendido; alzar la voz, clamar, gritar, llorar, esforzarse físicamente, buscar un intercesor que ayude para ser escuchado. Por esta razón Jesús atendió dicha súplica. 

El escritor del cuarto evangelio pone en labios de Jesús la siguiente reprensión: “Jesús le dijo: – Si no ves señales y milagros, tú no crees” (v. 48 TCB). Esto indica que la creencia está asociada al hecho, porque un hecho no admite discusión. A tal grado que es sinónimo de verdad y la verdad se defiende sola. 

Sin embargo, cuando aún no ha sucedido cierto fenómeno, hecho o situación concreta, ¿qué puede motivar a que se llegue a creer en algo o en alguien? ¿Qué puede llevar a confiar en las palabras? Creer en las palabras es relativo. Recuerde, la sabiduría reza “las palabras se las lleva el viento”. Este refrán no propicia que se pueda tener confianza en las palabras, al contrario, se acrecienta la desconfianza. 

Ahora bien, la razón de confiar en la palabra de alguien depende de los hechos y del carácter de esa persona. En este caso Jesús reúne ambos criterios; ha hecho señales y es el Hijo de Dios. Por lo que, siendo Hijo de Dios es la verdad misma, porque proviene de Dios y “Él es el Padre de la luz, en quien podemos confiar, pues Él es constante y no cambia su ánimo” (Santiago 1:17 TCB). Jesús es digno de confianza porque fue quien dijo ser “el Mesías”, “el Enviado”, “el profeta que había de venir”, “Emanuel”. Él es el unigénito Hijo de Dios. 

Enfatizando la valiente, pertinente y sublime actitud del oficial, el escritor de Juan escribió: “Jesús le respondió: – Vete porque tu hijo ya está sano; y este hombre creyó en la palabra de Jesús y se fue para su casa” (v. 50 TCB). El escritor llega al punto culminante de la narrativa y es que el hombre, un oficial importante en la política durante el tiempo de Jesús, creyó en la palabra de Jesús. En griego episteusen toi logoi, es un aoristo indicativo en voz activa, lo cual significa que el sujeto (el oficial) ejerció la acción sobre la palabra de Jesús. Entonces, ese creer no fue simple, fue el resultado de su interés, de su propósito y de su esperanza. Dicho creer no fue ciego, fue basado en la evidencia; él reconoció que Jesús era El Enviado. En este sentido está acorde con el interés del escritor; que se llegue a creer que Jesús es el Hijo de Dios lo cual produce vida.

A manera de cierre, el cristiano está llamado a creer en Dios más allá de su posición social. Si bien la flaqueza humana es una plataforma precisa para que se desborde la fe, lo cierto es que frente a Jesús, ya sea por los prodigios que hizo por sus palabras, o por el hecho de ser Jesús, es digno de confiar en sus palabras. Él es el Unigénito Hijo de Dios, Él es Jesús, El Cristo; por lo tanto es digno de nuestra fe. Amén. 

Créditos: 

Por: Bani Calderón 

País: Guatemala

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