El Establo y el Pesebre
«7. a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales, y lo recostó en un pesebre, porque no había lugares de huéspedes para ellos.»
“Hubo una vez en el mundo un pesebre, y en ese pesebre, algo más grande que el mundo”.
C.S. Lewis
En medio del bullicio y la agitación de la temporada llena de luces, de arreglos por las calles y casas, todo parece resplandecer por donde caminamos, nos dejamos cautivar por la decoración del momento y en ocasiones perdemos de vista la esencia misma de esta temporada. En el pasaje bíblico de Lucas 2 nos transporta al corazón de esta narrativa, al revelar cómo María y José encontraron refugio en un establo y cómo un pesebre improvisado, donde se alimentaban los animales, se convirtió en el lugar de descanso para el recién nacido Salvador.
Imagina por un momento el frío de la noche envolviendo aquel establo antiguo, los sonidos de los animales y la fragancia del heno. En ese entorno inesperado, la promesa de Dios se manifestó de una manera sorprendente. El Hijo de Dios nació en la más profunda humildad y simplicidad, desafiando todas las expectativas humanas sobre la llegada del Mesías.
El establo, lejos de ser un lugar grandioso, representa la disposición de Dios para encontrarse con la humanidad en sus circunstancias más modestas. En ese espacio poco convencional, Dios nos enseña que no se limita a los lugares majestuosos y grandiosos, sino que está presente en los rincones más humildes y sencillos de nuestras vidas.
El pesebre, la cuna improvisada para el recién nacido, simboliza la receptividad y la disposición para recibir a Jesús en nuestras vidas. Ese pequeño recipiente de madera que sostenía al Salvador del mundo, nos recuerda que a menudo las cosas más simples son las que llevan la mayor carga de significado.
La historia del establo y el pesebre nos invita a reflexionar sobre nuestra propia humildad. ¿Estamos dispuestos a abrir nuestros corazones, tal como aquel establo abrió sus puertas para recibir a Jesús o seguimos esperando ser llenos con deseos ostentosos? ¿Estamos dispuestos a dejar a un lado nuestras expectativas y orgullo, como aquel pesebre simple, pero acogedor, lleno de benignidad y mansedumbre? ¿Celebramos Navidad o estamos celebrando vanidad?.
La humildad del establo y la luz del pesebre también nos revelan la grandeza de Dios. En un mundo obsesionado con el poder y la ostentación, Dios eligió venir como un bebé indefenso. Su humildad nos desafía a reconsiderar nuestros valores y prioridades, recordándonos que la verdadera grandeza se encuentra en el servicio.
El establo y el pesebre nos desafían a reflexionar sobre nuestras expectativas y preconceptos. A menudo esperamos que lo divino se revele en lo majestuoso y el esplendor, pero Dios nos sorprende al manifestarse en la humildad y en lo menos visible. Nos llama a abrir nuestros corazones y mentes para reconocer su presencia en los lugares inesperados y en las circunstancias menospreciadas. Él es la luz que brilla en medio de nuestras tinieblas, ofreciendo amor, esperanza, paz y redención a todos los que lo reciben.
En esta Navidad te animo a que recuperes la capacidad de asombro en lo sencillo. En aquella cercanía con tus seres amados, con aquel que se siente solo y contigo puede hallar compañía. En aquel tío que hace la misma broma cada diciembre, pero que esta vez te rías como si fuera la primera vez que lo escuchas y le hagas sentir amado.
La grandeza del pesebre y el establo nos demuestra que no se trata de lujo sino de la esencia del amor sacrificado y vivir la plenitud de la gracia divina que puede transformar el mundo. Él usa lo ordinario para llevar a cabo lo extraordinario.
Créditos:
Andrés Chamorro
Ecuador
La Reacción de Simeón
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