El Siervo Sufriente, un ejemplo que debemos practicar
Texto: Lucas 9:23-24
23. Luego, Jesús dijo a todos: – Si alguien desea ser mi discípulo, niéguese a sí mismo, cada día, tome su cruz y sígame. 24. Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá, en cambio, todo el que pierda su vida por mi causa, la salvará
Al hablar del siervo sufriente, los cristianos usualmente enfocamos nuestras lecturas en Isaías 53, el cual nos habla detalladamente de la obra, sufrimiento y victoria de este personaje escatológico. Pero hay que tener en cuenta que existen otros escritos en Isaías que hacen alusión a este personaje escatológico, como Isaías 42:1-4; 49:1-6; 50:4-10; 52:13-53:12.
Me llama la atención que la mayoría de nosotros nos enfocamos en lo que Él hizo por nosotros, que Él cargó nuestras enfermedades y soportó nuestros dolores, que Él fue herido por nuestras rebeliones y que por sus heridas fuimos sanados. Al hacer un análisis de su obra completa, nos daremos cuenta de que hay algo más que permea desde el capítulo 42, y son los temas de la justicia y el sufrimiento. Diría que como cristianos hemos heredado el concepto de siempre «estar en victoria», que como cristianos debemos siempre vencer, ganar y que el sufrimiento no es, o no debería ser, parte de nuestro diario vivir, pues Cristo lo llevó en la cruz.
Pero es necesario reflexionar sobre la obra completa del Siervo Sufriente; los primeros cristianos entendieron esto y podemos decir que por esta razón se unieron a la práctica de ser siervos sufridos, padeciendo por Jesucristo, el dolor y las injusticias de su tiempo. En su mayoría, sufrieron el dolor, las traiciones y hasta la muerte, pues ellos habían comprendido que debían ser parte (participar) de los sufrimientos de aquel que con su muerte les había salvado, sanado y liberado. Hoy más que nunca necesitamos entender y poner en práctica las mismas formas del siervo sufriente. Es nuestro deber, como representantes de Jesucristo, proclamar las injusticias de nuestros tiempos y, cuando sea necesario, por medio de una fe que no sea solo de palabras, sino por identidad (acciones), el sufrir por los demás, el sanar a los demás, dar libertad a los que están presos del dolor, la amargura, la culpa, el pecado, a los que han sido y son marginados y a los que son ignorados, pues ellos también necesitan escuchar.
Dios, que se hizo carne en Jesucristo, también les ha dado el lugar que les corresponde, pues haciendo estas cosas verdaderamente seremos hombres y mujeres que demuestran una coherencia de vida, proclamando ser cristianos.
Créditos:
Miguel Martínez
República Dominicana
Mateo 10:34-35
El Camino del Perdón
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